Vigo. Teatro Afundación (García Barbón). 5-XI-2017. Verdi, Rigoletto. Luis Cansino (Rigoletto), Olena Sloia (Gilda), Fabián Lara (Duca), Cristian Díaz (Sparafucile), Sandra Ferrández (Maddalena), Manuel Mas (Monterone), Pedro Martínez Tapia (Marullo), Marina Penas (Condesa de Ceprano/ Giovanna), Pablo Carballido (Borsa), Gabriel Alonso (Ceprano), Anais Fernández (paje). Orquesta Sinfónica Vigo 430. Coro Rías Baixas. Director musical: Diego García Rodríguez. Director de escena: Ignacio García.
En nuestro periplo por distintas localidades españolas en las que hacer ópera supone un esfuerzo notable y en las que las correspondientes Asociaciones líricas tratan de alimentar el gusto e ilustrar a las respectivas aficiones, dependiendo siempre de las escasas ayudas públicas y privadas, hemos visitado Vigo, en donde se mantiene desde hace lustros, a trancas y barrancas, con el trabajo renovado de directivos y socios, con entusiasmo muy loable, una pequeña temporada bautizada como Outono Lírico.
Con la modestia lógica y contando con elementos de casa, se nos ha ofrecido un digno Rigoletto, ópera clave en la evolución del lenguaje verdiano y obra especialmente difícil de llevar a escena por su concisa acción y sus planteamientos psicológicos, sus dobles lecturas y sus aparentes contradicciones argumentales. El recientemente nombrado director del Festival de Teatro de Almagro, Nacho García, que trabaja desde hace años, y bien, para Producciones Telón, empresa que abastece con frecuencia a Teatros de provincias (este montaje viajará en el futuro a otras ciudades, Málaga la primera), ha ideado un decorado único, realizado por Alejandro Contreras, constituido por una sórdida y cabalística imaginería, con abundancia de formas triangulares, envueltas un tono ennegrecido y canalla.
Hay enseres diversos en ese espacio fantasmal, quebrado, esquinado, lleno de recovecos, alejado, sin embargo, de cualquier pretensión realista, que deja el mínimo sitio para estratégicas proyecciones alusivas al momento. Así, retazos de cuadros con imágenes fastuosas para el primer cuadro o formas indeterminadas para otros. Se quiere al parecer que toda la acción represente una suerte de flashback que tiene lugar en la mente del jorobado, que se nos presenta desde el principio con el fatídico saco en que el que habrá de morir al final de la ópera Gilda. No acaba de funcionar ese planteamiento, más allá de que en gestos, actitudes, movimientos y reacciones de unos y de otros brille eventualmente el talento de García para las situaciones y para casar la acción con el pentagrama. Los personajes aparecen con frecuencia desvalidos, solos en escena, sin aditamentos, sin puntos de apoyo, lo que se aprecia por ejemplo en ese tan desairado Caro nome.
Hubo en el foso una orquesta joven y entusiasta, aguerrida y decidida, no en todo momento afinada y no siempre empastada, con algún que otro desliz mitigado por el empuje de la fogosa batuta de Diego García, dotada de impulso, vibración y vigor, que supo delinear con lirismo de buena ley los instantes decisivos, apoyando con justeza a las voces, aun cuando no mantuviera de manera constante el mando férreo y la tensión demandada, en seguimiento del característicotempo-ritmo verdiano. Ciertas aceleraciones excesivas en el primer acto determinaron desajustes y confusionismos evitables. Las irregularidades se habrían quizá corregido en una segunda función. Algún número importante, como el maravilloso cuarteto Bella figlia dell’amore quedó no poco desequilibrado por la mala colocación de los peones. Al giboso casi no se le oyó en ese trance.
Fue Luis Cansino, artista de la tierra, quien incorporó al contrahecho personaje al que dio vida teatral de manera muy eficaz, aunque sin poder evitar ciertas faltas de coherencia en su actitud física, con momentos en los que cojeaba y evidenciaba su chepa con otros en los que andaba en exceso erguido. Una falta de concordancia que se apreció, muy pasajeramente, con una aparente y episódica ausencia de concentración. Pero cuando ésta se produjo asistimos a algunos de los mejores momentos de la noche; así en la tan dificultosa perorata Cortigiani vil razza dannata!, en la que el barítono se entregó plenamente y supo contrastar con emoción las sucesivas expresiones, de la cólera y la invectiva al ruego. Entonces la voz, de verdadero barítono, de metal tan característico, con resonancias pasajeramente nasales, pudo expandirse y alcanzar con decisión esas peligrosas zonas, en esforzado fraseo, del fa y el sol agudos. Con irisaciones dramáticas muy atractivas.
Cansino, honrado artista, entregado y veraz, quizá debió de apianar aún más esas líricas y acariciadoras solicitudes al ama Giovanna –A veglia o donna-, en las que faltó legato y dulzura, quizá apurado por la rectoría musical. Verdi pide una casi imposible media voz, hay que reconocerlo. Valiente en la Vendetta, con buena proyección arriba y centro, donde se desenvuelve con mayor comodidad; mejor que en un grave no en todo instante audible. Afirmativo en un final en el que la dirección de escena decidió poblar el espacio con todos los personajes, en contradicción con el pedido por Verdi y Piave, que querían la mayor de las soledades en el momento de la muerte de Gilda. Cansino se entendió bien con su hija en la ficción, la jovencísima (27) soprano lírico-ligera –más lo segundo que lo primero- ucraniana Olena Sloia, menuda y grácil, que mostró excelente arte de canto y afinación en un muy digno Caro nome, sin alardes fuera de lugar, con notas picadas de buena calidad y un perfecto trino semi ribattuto en el prescrito mi agudo.
Por lo demás, se desempeñó con solvencia en el resto de sus intervenciones, con una sentida exposición de Tutte le feste al tempio y con una decidida entrega en el último acto. Apiana con soltura y hace gala, bien que en ocasiones acuse un vibrato excesivo y, eventualmente, no acabe de redondear ciertos sonido agudos y sobreagudos. No anda mal por arriba el todavía tierno (28) tenor mexicano Fabián Lara, capaz de acometer, con fuerza, colocación, intensidad y squillo, un si natural y de cantar con cierto garbo una Donna è mobile o delinear con sorprendente galanura la difícil Parmi veder le lagrime. El timbre, el de un lírico en formación, es hermoso, esmaltado, carnoso, bruñido, la emisión, generalmente tersa… Pero no mantiene el sonido siempre en el mismo sitio, oscila en los ataques, expresa muy poco, anda todavía falto de línea ostensible de canto y es muy mal actor. Con buenas enseñanzas y consejos es muy posible que dé que hablar en el futuro.
Sandra Ferrández era hasta hace relativamente poco una sólida soprano lírica. Desde hace unos años actúa como mezzo. La voz se ha agrandado sin perder su bello color original y la musicalidad permanece, pero ahora el sonido se ha bifurcado y se establece una no deseable diferencia tímbrica entre el grave y el centro, lo que hace perder continuidad a una línea de todos modos muy plausible. Bien sus notas staccato en el Cuarteto. Sparafucile, Cristian Díez, posee unos graves prietos, con dos fa 1 sólidos y audibles, pero la emisión es muy dura y la afinación, dudosa. Manuel Mas cuenta con un timbre de barítono más bien lírico, de buena emisión, homogénea y canta con sentido, pero no posee la densidad, la oscuridad, la pegada necesaria para las arengas de Monterone. Buen metal el de la voz de barítono, aún por desarrollarse del todo, de Martínez Tapia, que dio vida y presencia a Marullo; en su sitio el Borsa de Carballido, desigual el Ceprano de Alonso, a seguir en su doble papel Marina Penas, una soprano lírica de buenas hechuras y un poco descuadrado el paje de Anais Fernández, de timbre interesante.